Avanzamos a buen ritmo bajo un sol de justicia. El camino, polvoriento, está lleno de piedras, y la pesada carga, en vez de aminorar nuestra marcha, parece que nos da alas para llegar a nuestro objetivo. Estamos acostumbradas, es como si lo llevásemos impreso en nuestros genes.
De súbito, el cielo se nubla y un gélido silencio recorre el grupo. Pero no es una tormenta. Sin tiempo para reaccionar, la suela de la bota de un excursionista cae sobre nosotras.